Este artículo tiene un toque de crítica personal, o más bien nacional, por el que muchos podrían tacharme de anti-española. Nada más lejos de la realidad: soy española, de papeles y de sangre, nada de ser muggle (si no se ha leído Harry Potter esta cita carecerá de sentido, por lo que, influenciada por mi reciente viaje a Edimburgo, recomiendo encarecidamente que se lea ese libro). Precisamente por eso, siento la responsabilidad en el pecho, como siento los colores de la bandera en las venas, de ser crítica con mi país, con mi sociedad, con el gobierno corrupto, sí, pero también con el españolito de a pie.
Y es que, disculpen la expresión, pero “telita” con el español medio. España es el país de la picaresca, del Lazarillo de Tormes y de la defensa de las causas perdidas. Es el país del engaño, del egoísmo, el país donde, además del fútbol, la envidia es el principal deporte y donde la ley del mínimo esfuerzo es ley suprema.
Somos uno de los países con más paro de la eurozona (las últimas cifras, de abril de 2015, lo sitúan en el 22,7% y eso que “ha mejorado”, mientras que el resto de nuestros vecinos se sitúan por debajo del 17% en el peor de los casos), con más atraso tecnológico, con peor desarrollo en I+D, con más fuga de cerebros, 206.492 personas abandonaron el país en 2014 en busca de algo mejor, o mejor dicho, en busca de algo, lo cual resulta paradójico…
Las redes españolas en el exterior
Contenidos
No defiendo, porque es indefendible, que los ingleses nos traten como a los “moros” de Europa cuando nuestros licenciados se marchan a la city en busca de oportunidades. “Para acabar trabajando en algún Starbucks”, pensarán muchos. Puede que sí, pero trabajando, una posibilidad que no les ha brindado su país.
Lo que hay que resaltar, pues es sintomático de una sociedad en decadencia, es el hecho de que en cada ciudad de Europa (y probablemente fuera de esas fronteras) sea tal la cantidad de españoles que han emigrado que se creen comunidades bien formadas, dando lugar a lo que el Banco de España (BE) ha denominado “el efecto red”, es decir, redes de españoles tan bien organizados que entre ellos se apoyan y se asesoran facilitando que muchos otros compatriotas emigren a dichas ciudades. Algo que según los señores con corbata del BE. es un problema, aunque para mí el problema es que la gente tenga que huir para sobrevivir.
Bien, hasta aquí la culpa parece del sistema, pero ¿y qué pasa con ese animal exótico al que los centros de recogida de datos llaman “español medio”? Resulta irónico cómo aquí nos ofendemos profundamente cuando los ingleses dicen de nosotros que vamos allí a robarles sus ayudas, sus benefits, a quitarles el trabajo y encima sin saber su idioma. Pero nos parece perfectamente lícito acusar de lo mismo a hispanoamericanos, rumanos, polacos o a cualquier otra nacionalidad que venga aquí, a nuestro país, a trabajar. Claro que, sentados en una terracita, cerveza en mano, esta afirmación resulta mucho más lógica.
“El que venga aquí que hable español”
La afirmación que encabeza este párrafo es por todos conocida y por muchos aceptada, lo que no la hace menos estúpida, con perdón, especialmente viniendo de un país que vive en gran parte del turismo. Déjenme que ponga cifras a la importancia de este sector: en 2014 visitaron España un total de 65 millones de turistas, un número a tener en cuenta cuando la población del país es de 45 millones. Es decir, que en 2014 había más gente en España de visita que viviendo. Ahora, si la actividad turística representa una parte tan importante de nuestra economía y vienen turistas de todas partes del mundo (bendita globalización), hablar inglés debería ser la norma y no una asignatura pendiente.
“Están en España, que hablen español”, y digo yo: ¿no sería más fácil si tú hablases inglés, idioma universal con el que serías capaz de comunicarte con el 80% de tus turistas, que pretender que 65 millones de personas aprendan español solo para poder pedir unas tapas en tu bar? Y sería de locos pretender que aprendiéramos los cinco idiomas de las cinco nacionalidades que más visitan nuestro país (a saber: británicos, franceses, italianos, alemanes y portugueses). Pero, oye… hablando inglés las abarcas todas. Para una vez que la ley del mínimo esfuerzo sirve para algo…
Doctor qué me pasa… Tiene usted “titulitis”
Sí, ni ébola, ni diftería, ni siquiera obesidad. La enfermedad española por excelencia es la titulitis. Aún no está reconocida por la R.A.E. pero es que eso implicaría que nuestros excelentísimos catedráticos se pusieran a trabajar y la última vez que lo hicieron se les pasó por la cabeza eliminar la “ñ” del alfabeto… Sin embargo, todos entendemos qué conlleva esta enfermedad y la hemos sufrido alguna vez, en mayor o menor medida. Así pues, me atreveré a definirla según el criterio popular.
Resulta que esta patología es muy española, país de postureo y apariencias, lo que ha generado que prácticamente todo el mundo tenga una carrera universitaria. Aunque luego solo utilice el título para sujetar la pared y acabe de cajero en Mercadona. Así las cifras, las universidades españolas están saturadas, decenas de miles de profesionales salen en cada nueva promoción directamente a engrosar las listas del paro. “Es que no hay trabajo para tanto periodista, nos sobran abogados, maestros… a patadas”. Siempre la misma canción.
Aquí habría que matizar que “no es lo mismo” (como decía Alejandro Sanz) ser periodista que estar licenciado en periodismo. Quiere esto decir que obtener la titulación es cuestión de asistir a clase, estudiar la materia, aprobar los exámenes y sobre todo pagar la matrícula. Pero ser un profesional en una materia concreta va mucho más allá. Requiere capacitación, sí, pero también actitud, dedicación, voluntad, en muchas ocasiones es algo vocacional… El problema de España es que la gente estudia una carrera por hacer algo, por no trabajar, por vivir la fiesta universitaria y después de cinco años (en el mejor de los casos) sin dar palo al agua, vienen los llantos, las prisas, las esperas en la cola del paro para terminar trabajando como dependiente en Mango o en el paro voluntariamente, porque ¿cuántas veces no hemos oído eso de “me pagan más por estar en el paro, que trabajando”? Spain is different.
Para finalizar esta crítica a mi país y a mis compatriotas, hay que resaltar que a pesar de que nuestros políticos se empeñan en culpar a la crisis de los males de la sociedad actual, lo cierto es que el problema de España va mucho más allá, se remonta muchos años antes. Nuestro problema no es la crisis de 2008, ni la burbuja inmobiliaria, ni la caída del euro, ni siquiera la crisis de Grecia. El problema de España forma parte de su idiosincrasia. Lo que aquí ocurre no es consecuencia de una crisis coyuntural, sino que es el reflejo de un problema estructural.
En otras palabras, la manzana está podrida desde dentro y mientras no cambiemos nosotros, también desde dentro, seamos más humildes, más honestos, más trabajadores, pensemos más en el futuro y menos en aparentar en el presente, le demos más importancia al esfuerzo y al sacrificio y menos a la fiesta y la charana, en España siempre habrá crisis, empezando por una de identidad.